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EDICIONES

Imperio/Empire [Edición interdisciplinaria y bilingüe] CONACULTA-FONCA, México, 2009.
Imperio Ediciones Monte Carmelo, México, 2008.

Imperio de Rocío Cerón levanta una de esas muestras extremas que hacen del poema un sitio, una patria, donde se reúnen todos aquellos fragmentos dispersos, sílabas, restos que deja el huracán de una violencia inextirpable. Se trata de una violencia física, concreta, de guerras efectivamente libradas en innumerables escenarios y lugares, que hace que cada letra de este libro se abra como una perforación, como una herida, más conmovedora aún porque en la superficie del papel sólo se ven las perforaciones de las letras, no la sangre de los cuerpos.

Raúl Zurita


Signos. Música: Bishop México, 2009
Vistas de un paisaje. Música: Bishop México, 2009
Mirador. Música: Bishop México, 2009

POEMAS

Imperio

Somos arrastrados por los presagios. 
Virgilio

No pesa ni el óxido habitual del silencio 
ni el cautiverio asignado del levente
ni siquiera la imposibilidad de residir en la ausencia de un designio.

No pesan ni la lengua       ni la costumbre
ni la prisión habitada de los sueños.

No pesan la luz ni el invierno      ni la distancia del olvido
pesan las horas      la horca del instante.

Pesa el rumor de los pájaros: hablan del relámpago puro que toca tierra.  

Pesa la palabra dicha para designar el muro
pesa el dormitorio donde se trascienden la letanía y llanto de un hombre.

Pesa el que se oculta —el habitante— el sumergido en frío      
el abandonado por la profecía      el que trabaja el rostro para darse nombre.

Pesa la inmersión      la bajada a tropiezos
para hallar la misericordia del estiércol      la rendición del orgullo que deviene piedad     
destino:
                                         incepto tantummodo opus est

Buan

I
Buan

Aquí, 
donde sólo huele a verdor de tiempo ya añorado,
aquí, donde el pie cala hondo 
    y anida
se suceden los estratos,
    irremediables,
para seguir el olor de la sangre furente,
    el mar de sombras.

En este justo sitio, anegado en sueños
—pasados ya el oprobio, los paisajes
de la superficie envertigada—,
él desata la vergüenza y el conjuro:
huesos insepultos, rabia en triunfo.

Desde la ruina 
—degollado el cirio por la tormenta—
soldados y putas miran el envés del hábito
(festín doloroso de siluetas, humareda de silencio).

Sobre el blanco, acribillado, el verdugo y su deseo,
transparente deseo que cubre el cuerpo, 
polvo de los senos.

Aquí, en esta casa de ciegos tabiques, de clausuradas puertas
devora los huecos el llanto, corren efluvios de ira.

Al arribo de la fiebre la tierra se sacude; hondura de rosa desaparecida,
ausencia que él ha establecido, ¿dónde centellea la paloma?
    ¿dónde el ímpetu del fuego?

De pie, él mira la suspensión de la hoja, la transparencia de la herida,
      quedan abajo —sotierro— el párpado testigo, el presagio.

I.

Sin más minutos —el actual—, sin cabeceo hacia el futuro, sin tirar atrás. Aquí. En paz, mudo —como la verdad—, escribo sólo con la tinta de estas letras que me nombran y suplican una estancia cierta —sin yugo— en mi cuerpo, en la patria que alberga a la mirada.

 

Detonaciones
a.

En el declive hay un espacio  /  grieta donde escaldan los silencios.

Al paso agotado del alba le siguen las hiedras:
    consumen en su potestad los inviernos del aire.

En este paraje de asaltos el ciego cuestiona al vestigio.

Hay tutela de orines y una calle ensancha su memoria con el nombre de los muertos.

Cada declive esconde un apellido.

Un rostro multiforme aparece en la vía de los cristales: es la noche ojo oscurecido, 
      curvo hilado del mundo.

Caen el sustantivo y su forma, en su descenso por las hiedras usurpan la señal de 
       la herida.

La sucesión de rostros es el ciego que se anuncia entre los gestos: la piedra en
      bruto abre la brecha, es ruta franca al desenlace de la frente.

 

Ocultan, sí, las hiedras, la voracidad del tacto: las manos son forma y la forma
      sustantivo.
                                                        
Todo sustantivo es imperfecto.

Caen los marfiles del tablero, se apuesta el alfil a la entrega, el ciego reanuda 
         su camino:

   La caída del gesto —como la palabra— es un acto pasajero.

 

 

No sabe que sabe, que tiene, que lleva en su destino
la nota polisémica, la llaga guardada del mundo.

Enceguecido cree que no hay tierra, ni nombres, ni infancia
            sólo la realidad inversa del agua.

El cuerpo presiente la tempestad de la tierra.

 

II.

 

Erigirse en fuego, en llama, deslizarse sobre la superficie 
—viento áureo— oleaje que trae a tierra los sargazos.

Desciendo ahí, hasta donde no hay más sitio que uno mismo.

                                                 Caída, sólo caída.

Cierro los ojos, aparto la luz y la mirada obscena de aquel —anguila, lobo, truhán— se desliza por mi pecho. Escucho una intriga desmenuzándose en el aire.

Estoy colocado junto al derrumbe y el barullo. No yazgo, me aprisiono. Soy un ciego con un medio: silencio —vía, trazo donde se ocultan los rastros del lenguaje.

Contengo, no desfallezco (la muerte es pasadizo, fábula), corto amarras y tomo bajo el brazo una suerte-mueca.

Echo de menos la sal y sus favores.

 

Detonaciones
b.

Al tope
almenar de hábitos, solar iridiscente,
geografía levísima, suave longitud del extravío:
sobriedad de la respuesta.

Al centro
habitación sin lecho, sin muros:
sueño que urde el fallo —zanja— latitud del descalabro.

Al borde
cuerpo que naufraga en la arboleda
(acto de verdoso aliento, de paso recto, dibujado):
irrupción de lo sucesivo, del tiempo.

Al ras
huesos —polvo— arrogancia del instante,
quietud que desmorona a su paso los atisbos,
abertura que no cesa de manar
desliz entrañable de los dicho:   sitio.

 

III.

 

Hago una negativa con la mano, niego la piedad que acompasa al miedo y lo extravía.

Una negativa a pulso es una decisión frágil, definitoria.

El mundo es la escisión entre el estar y lo abisal, digo “tú, yo” como signos de un arco que tiende puente. Desde entonces, hoy y hasta el punto que se deja de mirar en el tejado.

Deambula mi mano e inquiere para encontrar razón y tiento.

Se descargan en el lóbulo izquierdo el relámpago y la angustia. No perecen ya las mañanas frías de un agosto en cuclillas, llameante y helado: se yergue un templo, una casa de estancia para los desasidos.

 

Estoy amparado por un cielo que no se desploma, un cielo que refugia y adquiere el título de Padre.

 

Escindido por la música del golpe
no avanza, retrocede, se abstiene:
        la sangre es su compañía.

La herida su pensamiento.

 

IV.

 

No tengo fe en los diluvios. Miro al ras los bordes, las puertas, los límites de un cerco que acechan la premura del instante.

                          Callo para desempolvar las norias del silencio.

Mi cuerpo es un helecho donde brotan el frío y las tumbas; he quemado los bulbos para congraciar al agua con la piedra.

                           Qué difícil detenerse en el ruido de la tráquea.

Por la frente trepa la belleza, baja hacia la espalda, inscribe en la fila lumbar una flor blanda, un ruego insomne desoído por los hombres.

Me demoro contra el tiempo, guardo en lo posible (memoria / caja / hábito) la versión de mí y de mi doble. Dividido —pensamiento o pulsación— debo un gesto que pertenece al fuego.

 

Camina y se hunden clavos en sus pies        en torno a los ojos reverdece el alma

 

Recrea en soledad al mundo:
a través de la gotera del techo observa la ristra sanguínea,
los edificios en ruinas, la costra de cuerpos, el humo toxicado del aire herido.

 

Alojado el cenuro en la cabeza      trasvasa el espanto sus caminos      sonríe al anhelo
            de su muerte.

 

Detonaciones
c.

Arriba,
basamento puro, derroche de sílabas,
añicos y brotes amalgaman el tabique,
      la estructura:
                           inclinación del canto de la casa.

¿Cuánto sol habrá de quemar la nuca, cuánta luz padecerá el estío?

El ángulo sacude la memoria del emblema, del pacto,
al borde se distingue el acecho, la mano firme del salitre.

Brasa como filo:
aúlla lo minúsculo sobre los hombros, sobre la frente,
brasa que destroza —aviva— el indiferente parquet:
            detona la llamarada una herida.

Intacta la habitación se procura bloques que sostienen a la historia misma.

La hendidura prosigue, excava el rayo entre el juego

agua    canutillo    urdimbre.

La casa abre su espectro, anuncia la quietud,
            su rigor.

Apaciguan las baldosas su orfandad,
habla la casa, arguye con el tiempo de las tapias,
piedra y barro encierran el presagio,
arrítmico latido del escape:

            desde la caída de la tarde, el filo se mantiene.

 

V.

 

Hablo de un quieto recuerdo que sostiene al mundo.
Hablo de ábsides y naves, de estructuras demudadas
        que sostienen el hilo del aliento.

      Patria es un lugar tan lejano exacto construido por los ojos.

Hablo de la voracidad del viento y pregunto por la historia de mi rostro.

Hablo de un espacio:
Baño de espuma donde lilas asoman su amor a lo largo de la espalda. 
Abrigo de agua, ejercicio de materna estancia con que cubro el cuerpo: 
suave palabra que guarece al ángel de Betania.

Y no hay más fulgor que este baño diario donde el jabón y el agua izan, día a día,
a la puesta del sol, el alma herida.

Sonoro hombre que, bajo la ducha, entre bisagras, abres los lamentos de tu cuerpo y clavas anclas tu corazón anochecido en el vapor que vela por tus llagas.

Hablo de un arraigo:
 Habitar es un milagro posible gracias al aliento detrás de la nuca que
 inflama la memoria y los aleros.

Hablo de una certeza:
No han de borrar mi nombre del libro de la vida  ni esconder a Su oído el
hambre de mi duda.

Todo nudo es una gota en espera para izarse en un peldaño:
                                            
                                         / el cuerpo reviste las anotaciones del tiempo /

en el polvo salto se guarda la sospecha.

Pardo mundo que ayer acogías al silencio,
deambulan ya por tus lindes el olfato rancio,
            la ceguera;
grisalla tu entorno, tu continente.

Desnudo (apenas azul que miente en su borrasca)
eres destino, ardid embrutecido del naufragio.

Te habita el légamo, el carraspeo inaudible
del despreciable, del hediondo, del hipócrita.

Estridencia de guerra se llama tu ira.

Hondas (acaso en el fango, entre la insidia
de tu haz y el grito equidistante del pobre)

hondas en el ansia y la sordina de los tiempos.

Antiguo tu espesor,
tu sed saciándose de sangre / huesos / columbarios.

Te pesan tu pueblo —zozobra— su fragor de hambre y de rutinas.

Mirador

II
Mirador (latitud norte 31º, longitud este 34º)

 

Algunas veces es preciso que estalle el corazón del mundo 
para alcanzar una vida más alta.

G. W. F. Hegel

A falta de tierra, desnudo
sin firma ni signo de atadura,
acaso entre la falta y la velocidad del ala
del zancudo,
                                   aterrizas.

En tanto, el aire se desprende de las voces.
        
                      Cuantioso el infierno de los nombres.

No cargas más.
No más allá de esta calle, esta penumbra.
De las sombras has vuelto a este paraje,
sin una libélula en la frente.
Ni azul que desmaye en tu presencia.

Habitas en la precisión del instante:
        Esa es tu certeza.

Yace aquí tu contenido,
el líquido difuso de tu paso.

Yerras, caes a tumbos.

No esperas.
                                                    
                                            La impaciencia es deshonra del furtivo.

De bruces en el lodo, tus rodillas guarecen estigma que tu imperio necesita.

Junto a tarántulas y reptiles
cansados de olisquear las formas 
        tu silueta regresa.

Incidencia en este vuelo a ras de angustia.

              El pasado no clarifica, no abriga a la piedad ni a los momentos.

Incidencia en tus ojos que trascienden al fuego.

No gastes la memoria.
Siéntate. Bosteza.
Adquiere temperatura y brizna en la nuca, 
       en las sienes.

Acuérdate del jardín, del ala antigua que rozaba la frescura de los cuerpos.

 

Desata los cordeles, los nudos, las hebillas,
anuda el enjambre de las venas a la huella de tus manos.

Toda alabanza posa su ruego en la cal: arcilla, forma asible: presencia para           deambular entre los muertos.

Siente la noche como fe carcomida por el tiempo.
        
 El rezago del miedo ha dejado sus hábitos en la frente; ese ademán, apenas contenido, es el mundo bajo el caparazón de las hogueras.  

Con pujo de vejiga, llano el dolor,
        celebra en la orina.

Regresa a la santidad del huérfano,
ningún intento resbale por tus párpados.

Sé el entierro del sentido.

                                      Somos voz que se deshace.

Desciende ahí:  donde sólo resta el lugar para uno mismo.

Signos

IV Signos 
(tiempos del habitante)


Acaso ayer. Entre los pliegues y un arma

I.
Doblado el brazo, el arma a las espaldas, inseparable de esta casa —que es mi dolencia—    llevo lo que queda   /   lo que se va   /   lo que se entume     hasta la alta cima 
—canícula— donde habitan los violentos.

Durante cierto aroma a ráfaga entreveo la belleza:

—pólvora   sangre   hedor de vísceras— 

Un cuerpo infante / un infante deshecho de cuerpo
                                 
y solo  / hechizado /  siento  palpo  la superficie herida.

 

II.
Mi madre entraba a la cocina, en busca siempre del comino, una pierna de cerdo esplendía entre el estanque dorado del vinagre, entre comisura y comisura esta mujer (pecho, amor y leche tierna) susurraba una frase:

                                                 —La guerra nace del hambre. No importa de qué. La guerra 
                                                 nace del hambre. No importa de qué. La guerra.

Mientras yo recorría con la mirada los pliegues de su falda

/ la promesa de sus piernas    mundo                       / el regreso hacia su cuerpo    patria
                                                                         
y en las calles dormitaba una ciudad  —presagio de la furia— sumida en el asalto de una líquida modernidad donde todo se figura y nada toma forma.

  

III.
Un cuerpo son cien cuerpos   /  cien cuerpos son un cuerpo  /  tiento.

Andar así, desprotegido —el arma balanceándose no sirve de nada ante la bomba— ocupado en formar la dimensión, los límites de un acecho / asedio. Preguntarse cada mañana cuántas balas, cuántos muertos, qué motivo, cuándo ser el perseguidor, cuándo el vencido, cuándo ir a la ofensiva, cuándo el agón, hacia dónde el ímpetu combativo, cuándo el exterminio, cuándo deponer las armas, cuándo el armisticio, cuándo el olvido.

 

IV.
Mi madre, sus silencios. Sentada en el patio delantero de la casa, el sol de invierno quemando sus mejillas. Callada. Los pasos rápidos de mi padre, buscando por los cuartos lo mínimo: su arma (Browning HP-35. Trece tiros) antes de salir. Callada. El soldado que vino a preguntar cuántos hombres vivían en casa. Callada. El día en que partimos, su hijo menor y yo, hacia el cuartel. Callada. La muerte de mi hermano a manos de un francotirador. Callada. Su propia muerte, callada.

 

La sucesión de las cosas espléndidas

a. 
Comencé los días sin Padre. En lo simple de las cenizas había sed, hartazgo de cosas ordinarias. Atragantado de tanta bilis supe que el tiempo era un mosaico de memoria y deudos:
                          en el claro de este día el silencio es hermosura que habita entre mis dientes.

 

b. 
Rendí a los hundidos  —sepulcro—  una reliquia de sombras, la habitual llamada de rabia del doliente. Alguien reconocible sobre el lecho me recuerda ahora que la ausencia           —nudo—  es una patria (cimiento, hoguera donde ya clarea, ya abre sitio, ya no arde la herida sobre el párpado):
                                          enlazadas las manos, el milagro deja de ser artificio.

 

c. 
Es él, el que da, retribuye los afectos. Él. Acumulándose en su fe. Él, suplantando la hoguera. Abreva de la desdicha: es un hombre sitiado. Un Dios sin rostro (acuérdate de mí Padre, acuérdate del balanceo y la infancia, acuérdate de la flecha y lo infinito), un hombre rehén de su memoria. Su cuerpo es presagio —mancha— vertiente atravesada por un lazo de sangre (acuérdate Padre, los hombres son sombra, la fe, guillotina). 

 

d. 
Es sei. La luz vacía. La masa delirante, arrastrada hacia el habitar, hacia tierra de lastras. La tarde —nunca en abril— donde una palabra (minúscula, intacta, sólo tres letras) establezca su reino. El tiempo donde los nombres regresen  / yazcan /  y salgan hombres al encuentro de hombres. La llegada de la raíz, la hora en que florezcan las sílabas y las piedras vuelvan a su lugar entre los muros de las casas. Un yo, un tú, un nuestro, un aquí, un fulgor profundo, una patria. Sea.

 

e. 
Coloqué vestigios en las aguas (visibles sólo a los ciegos). En la oración escrita no había manos tendidas sólo un templo destruido  / petrificada palabra que cortaba el rostro /  puño de tierra llevado por el viento:
                                                             Era resaca, hábito de malestar afincado, angustia encadenada al cuerpo. Era hecho, trazo de aire entre brezales (si herida o mansedumbre  /  regazo o camposanto):
                                         Era mi Padre quien sonreía. Era la sangre de vuelta en casa.    

 

Sobre el consuelo

Que nunca atravesara el desierto, que no dejara rodar la última hebra. Decías que detrás de esas tierras, cerca ya del acantilado, no había más que aire, viento: aire clamando por tus padres, tus abuelos y el hermano que perdiste. Que el aire es justo, que no trae de vuelta a los muertos sino que sólo los susurra, los recuerda.

El mar arroja a su orilla los despojos del sueño, ahí —según decías— a través del cristal de la arena se miran las almas de los hombres. Y en el mar, en ese tendido azul, tú decías que vivía el encuentro entre familias.

Aquella tarde apenas murmuraste “Las dunas son el tiempo recorrido, la noche es la dentadura de la muerte y en esta brisa hallarás el olvido, su consuelo de agua esperada.” Aquí estoy, esperando, sólo hay bóveda, corrientes anudadas de calor y hondura, un sordo aliento marino, el frío de tu muerte.

Vistas del paisaje

Vistas de un paisaje

8:45 am 
La cabeza sostiene un incendio inabarcable: el rumor de fuego en las sienes abre en violencia un abismo: este cuerpo en el que habito —que me habita y me destaza— es arma afilada contra la razón. Camino y hacha para el fin.

9:53 am
Un ruido (los niños corren por los restos de la casa, el muro apenas es preludio), arde la ciudad en fuga. Pesan las palabras. Ni piedad ni destino salvan. Arde la ciudad en fuga. Y toda fe es humareda, grito que se pierde en la ciudad de arena.

10:01 am
Oscuridad de día. Oscuridad que entumece / aturde / al oído. No hay figuras ni formas, hay tierra, piedras, plomo. Oscuridad de voces y rumores. Y un hombre en fuga se aferra a cualquier cosa. En el umbral —una madre  un padre  la familia toda— cuentan / balbucean / el secreto de los cuerpos en tierra.      
                                                          Clara es la noche cuando llega el vuelo.

10:09 am  
En redor brama el ya no presagio sino hecho. Albergado entre la herida el no vestigio sino filo, adquiere piel: gesto: tesitura. Es sangre / pústula / orificio. Pensamiento y negativa. Es pacto para una estancia entre la sal y el fuego. Casa habitada por huestes que nada esperan.

10:17 am
Noviembre. Nada asigna al sacrificio un lugar en la memoria. Nunca hubo petición, ni hombres o mujeres comunes que dijeran . Habitar en este mundo de derruidas lozas, de fosas atestadas de sangre no es respuesta, es presagio hecho carne. Y un hombre detuvo su tiempo para ver en la espesura: 
                                                         las palabras pesan más que el mundo.

10:25 am
Estoy ante él. Ahí, en el vacío de sus ojos, la imagen del primer consuelo: el presagio ya carne, ya frases de sangre que nada claman, ya reducido cuerpo que en su pureza guarda país —patria— tierra atada a los costados. Estoy sentado frente a una ausencia (cuerpo / saliva / osamenta) que lleva promesa de estaciones. Su mirada son todas las palabras / pabellón del grito / que escriben, día a día, la historia de un Nombre.

Views of a Landscape

Translation by Tanya Huntington


 

8:45 am
The head holds an unbreachable fire: the rumor of flame between the temples violently opens up an abyss: this body in which I reside –that resides in me and dismembers me—is a sharp weapon against reason. Pathway and ax for the end.

 

9:53 am
A noise (the children run through the remains of the house, the wall is but a prelude), the city burns in flight. Words are heavy. Neither pity nor destiny can save. The city burns in flight. All faith is a smokestack, scream that is lost in the city of sand.

 

10:01 am
Darkness of day. Darkness that numbs / stuns / the ear. There are no figures or shapes, there is land, stone, lead. Darkness of voices and rumors. And a man in flight will cling to any thing. On the threshold –a mother    a father    the whole family— tell / babble / the secret of the bodies in earth.
Clear is the night when the flight arrives.

 

10:09 am
All around brays the already fact not omen. Lodged inside the wound the edge not vestige acquires skin: gesture: tessitura. It is blood / pustule / orifice. Thought and denial. It is a pact to stay among salt and fire. House inhabited by hordes that hope for nothing.

 

10:17 am
November. Nothing assigns a place to sacrifice in memory. There was never a petition, nor common men or women who said yes. Residing in this word of destroyed vessels, of blood-crammed graves is no answer, it’s omen made flesh. And a man detained his time to see in the thickness:
                              words weigh more than the world.

 

10:25 am
I am before him. There, in the vacuum of his eyes, the image of early consolation: the omen already flesh, already phrases of blood that clamor for nothing, already reduced body that in its purity guards country –fatherland—earth tied to its sides. I am sitting before an absence (body / saliva / skeleton) that bears the promise of seasons. His gaze is all of the words / pavilion of the screams / that write, day by day, the history of a Name.


LIBRO DEL AUTOR

VIDEOS

Videopoema
Música: Bishop
Producción de video: Nómada
México, 2009
Acción poética I / Bienal de Poesía Visual
Producción de visuales: Nómada
Paisaje sonoro: Bishop
UAM-Azcapotzalco. México, 2008
Acción poética I / Bienal de Poesía Visual
Producción de visuales: Nómada
Paisaje sonoro: Bishop
UAM-Azcapotzalco. México, 2008
Acción poética.
Festival de Poesía en Voz Alta
Casa del Lago
México, 2006

RESEÑAS

Cafeína
Octubre 2011
La poesía como trinchera,
por Jesús Pacheco

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El Ángel / Reforma
3 de enero, 2010
Los libros del año,
por Sergio González Rodríguez

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La Razón
7 de agosto, 2009
La resistencia de la poesía
Por Carlos Olivares Baró

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Zambullirse, un riesgo que cuesta caro en estos espacios de banalidades; escribir versos, una lucha con los demonios del lenguaje que nos acechan. (“La poesía es una nebulosa satinada que guarece mi cabeza”.) Hay fronteras teñidas por el odio. Hay silencios que se amalgaman con las dudas. La palabra jadea en las grietas del tiempo y quizás, nos salva: la voz, montura de la fe. La rabia no alcanza: la ignominia sobra. El niño juega a la guerra porque nosotros dibujamos el horror. A mansalva entramos a las presencias. A tientas descubrimos los cuerpos. El espasmo es costumbre frente a la emanación de lodo en todos los rincones. Pesa el rumor y duele la misericordia. Cuando la piedad miró los trazos ya todo estaba destruido: entonces la llovizna no humedeció las raíces y cayeron los signos y se remarcó la obscenidad de las sombras.

Imperio (Motín Poeta/Fonca/Conaculta, México, 2009) de Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972) es un poemario de estallidos: delirios acompasados y nudos que se desatan en trotes para borrar miserias y sellar pactos con los atajos del abrumante desconcierto que nos perturba. Trabajo multidisciplinario que fusiona la música (Bishop), el video (Nómada), la ilustración (Tower) y el diseño gráfico (Pizarro) con la poesía, en una suerte de caja de resonancia visual ( la edición incluye un DVD) que subraya la semántica discursiva de la escritura.

En Basalto (Ediciones sin Nombre, 2002) –Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2000– Rocío abordaba una metafísica de lo ignoto desde la proyección de un habla de “frescuras”, violencias y ardores lingüísticos de arrobado desgajamiento místico (“calcinado el hueso se desploma en el abrevadero de los tiempos/en sus pliegues el rostro oculto del que no tiene nombre/la orfandad colma el silencio”) que pronosticaba una voz poética de riquezas y convicciones estilísticas. Apuntes para sobrevivir al aire (Ediciones Urania, 2005) vino a confirmar lo que ya sabíamos (“No creo en los sonidos del perdón. No hay nada que perdonar. Queda la desnudez de los afectos…”): la obra de Cerón se hizo necesaria en la crónica de la literatura mexicana actual.

Imperio es un libro de absoluta madurez. Conjugación de un lenguaje de armónicos encuentros con los desafíos y conjuraciones que suscriben los azares contemporáneos: “No pesan la luz ni el invierno ni la distancia del olvido/pesan las horas la horca del instante.” El hombre en su desolada penuria intentando sostener la vista frente a los escombros de su orgullo: la poeta ha elegido una inscripción que nos introduce a las páginas de Imperio en los bordes del asombro: “Somos arrastrados por los presagios” (Virgilio).

Las ruinas y el silencio. La ceniza como sed. La orfandad como patria. “La luz vacía. La masa delirante, arrastrada hacía el habitar, hacía tierra de lastras.” Este implorante libro de Cerón es un aviso de cómo “la sucesión de las cosas espléndidas” va destruyendo lo poco sublime que nos queda.

7/Agosto/2009
Milenio/ Cultura
5 de mayo, 2012
La poesía, presente en los Juegos Olímpícos
Por Jesús Alejo

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